FONDO
MEXICANO DE LA
BIBLIOTECA
NACIONAL DE FRANCIA
Documento No. 162
Atlas Guatemalteco
Enrique Delgado López
UNAM
Los ocho mapas que se
presentan a continuación integran el denominado “atlas guatemalteco” de 1832.
En la primera página de este corpus se escribe que fueron elaboradas por
orden del “gefe del estado” C. doctor Mariano Gálvez, político liberal y a la
postre presidente de ese país, preocupado por lograr la modernización de
Guatemala.
En esta
misma página se encuentra el sello con forma ovalada que ubica a esta obra y en
él se lee lo siguiente: Collection E. Eng. GOUPIL a Paris Ancienne
Collection J. M. AUBIN; al centro se marca el número 92º 162.
Los mapas
son, básicamente, de carácter orográfico e hidrográfico y corresponden a
cada uno de los departamentos guatemaltecos que son: Quesaltenango,
Totonicapan, Verapaz, Sololá, Zacatepéquez, Guatemala, y Chiquimula, además de
la carta general del estado de Guatemala. El hecho de estar enfocados a temas
particulares, como es el relieve y las corrientes fluviales, no impide que
contengan información que destaque igualmente otros aspectos, como el de la
división territorial, o bien el caso del patrón urbano y, por extensión, la
distribución de la población, tal como se tratará adelante. Otro de los termas
que igualmente se destaca es
El autor de
este atlas es el cartógrafo M. Rivera y la autoría de los grabados corresponde
a Francisco Cabrera y a Casildo España. Todos ellos, se supone por la leyenda
respectiva, fueron elaborados en la ciudad capital.
Cabe señalar que el número de departamentos en la república
guatemalteca ha variado, actualmente se cuenta con 22 y son los siguientes:
Alta Verapaz, Baja Verapaz, Chimaltenango, Chiquimula, El Progreso, Escuintla,
Guatemala, Huehuetenango, Izabal, Jalapa, Jutiapa, Petén, Quezaltenango,
Quiché, Retalhuleu, Sacatepéquez, San Marcos, Santa Rosa, Sololá, Suchitepéquez,
Totonicapán, Zacapa.
Para el
análisis de cualquier mapa o atlas es necesario señalar que este tipo de
documentos atesora la posibilidad de plasmar múltiples aspectos. El mapa es por
sí mismo un testimonio histórico y es también un mediador entre un mundo
cultural y uno físico; cuando se elabora se consideran, entre otras
cosas, distancias, escalas y/o referencias y accidentes geográficos con un
objetivo específico.
Al respecto,
como lo mencioné líneas atrás, las cartas que acompañan al atlas son orográficas
e hidrográficas y en este caso la localización y el conocimiento del territorio
resultan relevantes para entender la esencia del documento. Se sabe cómo es el
territorio en cuanto a relieve, pues se plasman tanto las cadenas montañosas
como las partes menos abruptas, así como la ubicación de las corrientes
fluviales y, con ello, cuáles son los departamentos guatemaltecos mejor o peor
irrigados.
Pero si el
mapa se contempla sólo en estos términos, su apreciación resulta simple y
sencillamente árida, no enuncia más de lo que está en el grabado, por lo que
para evitar este trance, es necesario entender las circunstancias que le dieron
origen, por lo que se abre todo un abanico de posibilidades que resalta la
riqueza del atlas, ya que ese origen regularmente se acompaña de
situaciones históricas precisas que permiten entender no sólo el documento sino
que contribuyen al estudio de la disciplina geográfica.
La fecha en
la que se edita es alusiva a un momento importante tanto para la historia de la
geografía como para la historia del país centroamericano. La ciencia geográfica
en 1832 y a lo largo de gran parte del siglo xix,
se identificaba con la cartografía, la estadística, la administración así como
las matemáticas. La elaboración de mapas fue imprescindible para el pleno
conocimiento del territorio no sólo en relieve y ríos, sino también en lenguas,
núcleos de población, caminos, fronteras, etc. Este deseo por conocer el
territorio no tenía otro fin que el darse cuenta de sus riquezas para su mejor
aprovechamiento y correcta administración.
En México,
la obra de Tadeo Ortiz de Ayala es ejemplo claro de ello. En su Resumen de
la estadística del imperio mexicano de 1822,
al tomar como marco las inmensas intendencias del norte y extremo norte
mexicano, menciona que “la subdivisión o buenas administraciones en todos los
ramos, es un objeto de mayor interés a la economía política en todo el imperio
[...] tanto para la mejor administración y progresos, como para el
sostenimiento de la tranquilidad interior y exterior”. Continúa diciendo que
“los puntos interesantes y fértiles, pero sin comercio y sin vida que lo
reclaman, situados a una distancia enorme del centro del gobierno supremo y de
los jefes que lo dirigen, yacen en un completo abandono; y en este estado no
solamente se exponen a ser invadidos, sino que comprometen la quietud de todo
el imperio”.
Estos pasos
continúan con las obras de personalidades de la talla de Antonio García Cubas,
con su Atlas geográfico, Estadístico e Histórico de la República Mexicana (1856)
y el Atlas Pintoresco e Histórico de los Estados Unidos Mexicanos (1885)
y Manuel Orozco y Berra con su propuesta de división territorial de México
durante el imperio de Maximiliano de Habsburgo, que a la postre es el
único intento por atender y resolver el problema que suscita la división del
territorio con criterios netamente científicos. En tal sentido y en términos de
la legislación del Imperio mexicano, la propuesta de Orozco y Berra, según
Edmundo O´Gorman,
“En materia de división de territorio la legislación del imperio brinda un buen
ejemplo de su intención organizadora y constructiva”.
Los dos
autores mencionados, tanto por su obra netamente cartográfica como por su obra
geográfica, persiguen los mismos objetivos que Ortiz de Ayala: el territorio
debe de administrarse y para ello, primero, se debe conocer. Es en estas mismas
referencias en donde se circunscribe el Atlas guatemalteco de 1832. El
territorio es la riqueza de los países, particularmente los recién
independizados, como es el caso que atañe, que nacen, muchas veces, sin una
clara visión de las riquezas de su propio espacio.
En los ocho
mapas que integran este atlas se pueden destacar, en primera instancia, los
siguientes temas:
1.
Las tareas del cartógrafo a través del
primer grabado.
Como parte de un valor estético en la edición de los mapas, fue
común durante un tiempo, acompañar estos documentos con imágenes o alegorías
que sirvieron de ornato, con el fin de atraer a los interesados para efectuar
una venta más rápida. Particularmente, la cartografía desarrollada en la época
moderna se manifiesta con estos motivos, de tal forma que fue común que
acompañaran a los mapas querubines, coronas, pinturas de reyes, o figuras de
animales, etc.
Esto se relaciona porque en la página inicial del atlas, luego de
los títulos respectivos, en la parte inferior, aparece un grabado con una clara
alegoría cartográfica: Una esfera terrestre con su respectiva inclinación en
donde se representan algunas de las líneas que ordenan al mundo, tales como
meridianos, los trópicos de Cáncer y Capricornio y el Ecuador; en otra sección
de la esfera se incluye América del Norte y el estrecho centroamericano. Al
respecto, hay que señalar que el meridiano base utilizado es el de París, punto
que se abordará más adelante.
Otros
motivos que considero conveniente destacar para el estudio de este atlas y de
la cartografía en general, lo integran la imagen del sextante y los documentos
que aparecen al pie de este instrumento. En uno de ellos se aprecia en papel
las triangulaciones en una alusión más a las tareas propias del cartógrafo, en
donde el uso de las matemáticas era básico para cumplir con los cometidos de la
disciplina. Son perceptibles igualmente el compás y la regla.
Estos
objetos e instrumentos tienen ante sí, un vasto paisaje que reclama ser
cartografiado. En él existen, al fondo, una abrupta cordillera, un terreno
plano y vegetación, todo ello digno de ser llevado al papel por el
especialista.
Respecto al
meridiano base, en este caso el de París, hay que recordar que los meridianos
funcionan para medir la longitud, coordenada que se traduce, por un lado, en
la medida del tiempo y por otro, en una cada vez más precisa representación
cartográfica. Para medir la longitud debe partirse de un meridiano base, hecho
que a lo largo del tiempo suscitó un verdadero problema. Los meridianos son
círculos mayores que siempre dividen a nuestro planeta en dos partes iguales.
Hay que
indicar que la otra coordenada geográfica, la latitud sí tiene una línea
definida por la misma naturaleza, en este caso el Ecuador, y que no ha
propiciado ningún problema. Los trópicos respectivos, el de Cáncer y
Capricornio igualmente los define el movimiento aparente que realiza el Sol
hacia ambos hemisferios. Los paralelos son círculos menores, cuyo tamaño
disminuye conforme se llega a los polos.
Con la
longitud no sucede nada de esto; muy al contrario, significó durante mucho
tiempo un serio problema que incluso propició varias desgracias. Esta
coordenada se basa en una línea que recorre el planeta de polo a polo, que es
un meridiano, éste es, a diferencia del los círculos menores de la latitud, un
circulo mayor.
Tanto para
la cartografía como para la medición del tiempo, se debe elegir un meridiano
base, que sirva y ordene tanto lo que se plasma en el papel, como, quizá más
importante, el tiempo. Definitivamente que no es lo mismo recorrer el planeta
de norte a sur, o viceversa, que de este a oeste, pues en tal caso la medición
del tiempo está de por medio.
La idea del
meridiano base fue concebida en la época grecolatina. Ptolomeo eligió este
meridiano en las Islas Afortunadas, que no son sino las Azores y este mismo
meridiano es la referencia en la época de los grandes descubrimientos del siglo
xv y xvi. Con el tiempo esta referencia cambió y los ingleses lo
pusieron en Londres, precisamente en la villa de Greenwich, mientras que los
franceses en París, e incluso este meridiano base ubicado en la capital de
Francia, lo adoptaron también países como Italia y Estados Unidos y no fue sino
hasta 1911 se acuerda que sea el meridiano que pasa por la villa inglesa el que
se instale como base.
La
determinación del meridiano en Greenwich resulta de la Conferencia
Internacional sobre el Meridiano, llevada a cabo en Washington en el año 1884,
pero no fue sino hasta 1911 cuando es adoptado por otros países,
particularmente por Francia,
principal competidor de los ingleses tanto en cartografía como en los intentos
por medir el tiempo
Adoptar el
meridiano de París para la elaboración del atlas guatemalteco es una
consecuencia lógica, pues al ser usado por países que tuvieron una clara
influencia tanto en la cultura, como en la política de la región
centroamericana, en este caso Francia y, particularmente, Estados Unidos, era
de esperar que la cartografía elaborada fuera regida por las normas que en la
elaboración de mapas adoptaran las potencias influyentes en Guatemala.
- El problema
fronterizo entre México y Guatemala y el naciente nacionalismo
guatemalteco
Para
plantear el segundo punto que a mi propio juicio se puede observar en este
Atlas, debo partir de la herencia colonial. Como es sabido, Guatemala formó
parte de la capitanía del mismo nombre, integrada también por las actuales
repúblicas centroamericanas de El Salvador, Costa Rica, Honduras y Nicaragua.
En conjunto, obtuvieron su independencia a la par del entonces imperio mexicano
en 1821 y cuatro años después se constituyeron en una federación con el nombre
de Provincias Unidas de Centroamérica, hasta su desintegración en el año de
1838.
De las ocho
cartas que integran el atlas, la primera corresponde precisamente al “Estado de
Guatemala en Centroamérica” del año de 1832. Este mapa refleja un momento
preciso de la historia guatemalteca y centroamericana; es el tiempo en el cual
las actuales naciones centroamericanas se constituyeron como federación, ya
independientes de México, por lo que Guatemala es un estado de las mencionadas
Provincias Unidas, alejada del abrigo protector del imperio de Iturbide.
Dentro de la
naciente república centroamericana, Guatemala fue el estado con mayor
superficie y población, así como la mejor integrada, esto se deduce por la
misma población y por los antecedentes históricos que moldearon no sólo este
país, sino a todo el istmo centroamericano. Con la inercia de la herencia
colonial, de Guatemala emanaron las decisiones de gobierno que afectaron a cada
uno de los futuros estados, ya que fue la sede de la capital de la antigua
capitanía general.
En la Carta
del estado de Guatemala en Centroamérica se destaca, en primer plano, la
hidrografía y, a la vez, con un tenue punteado, la división territorial
comprendida entre los departamentos que conforman el Estado guatemalteco. Entre
dichos departamentos todavía se cuenta Belize, situado entre los ríos Jubón y
Hondo; es notable su abandono en cuanto a la población a juzgar por las pocas
referencias de asentamientos que existen en la zona.
Fuera de las
fronteras se pueden mencionar dos cuestiones sumamente importantes: Una de
ellas es la integración de la República Centroamericana con las designaciones
abreviadas, para el caso, del estado de Honduras, y el estado del Salvador.
Hacia el norte, en una segunda cuestión, no se menciona a México como república
que para la fecha ya estaba constituida, en cambio sólo se anota, con una
tipografía distinta en el tamaño a la utilizada para los estados recién
mencionados, Tabasco y Yucatán.
Chiapas
sí tiene una tipografía parecida a la utilizada para designar a los estados de
Honduras y de El Salvador; parece que esta tipografía emite un mensaje sobre un
sentimiento nacionalista que emerge y que precisamente es observado en el mapa
con la designación de “estado” al territorio chiapaneco, integrado años antes a
México por voluntad propia.
Tal hecho indica que la disputa entre México y, en este caso, las
Provincias Unidas de Centroamérica, está lejos de apaciguarse. Chiapas
se reconoce como una entidad no de Guatemala, pero sí de la Republica
Centroamericana. El reconocimiento de Chiapas como estado mexicano será un
delicado tema a lo largo de todo el siglo xix,
y naturalmente que dicha exigencia partirá del gobierno guatemalteco, ahora ya
independiente. Tras una larga disputa diplomática, en muchos momentos al borde
de la guerra, con intervención de Estados Unidos, con planes del gobierno
mexicano para explotar la región fronteriza, Chiapas termina por ser estado de
la República Mexicana de acuerdo con los tratados de 1882 y 1895 suscritos entre
los dos países.
Ligado al
problema del nacionalismo guatemalteco, y no precisamente hacia las “Provincias
Unidas de Centroamérica”, se destaca el asunto de los límites, que al igual que
los reclamos por Chiapas, fue un tema candente en el siglo xix. Como apuntamos, los tratados que
ponen fin a dicho conflicto datan del último tercio del siglo xix, por lo que en la época de la
edición del mapa el problema está lejos de quedar resuelto.
Hay que
recordar que la vecindad entre ambos países no está, culturalmente, bien
definida y que las condiciones tanto topográficas como climáticas e incluso
históricas, forjaron un problema sumamente complejo.
En el mapa
del estado de Guatemala se observa la provincia de Quesaltenango, al sur, en la
costa del Pacífico, y en sus contornos se ubica la ciudad de Tapachula y más al
norte el asentamiento de Escamintla, hoy ambas ciudades mexicanas. El problema
de límites se distingue todavía más con el señalamiento respectivo, cercano a
“Yucatán”, que indica “lindero indefinido”; las ruinas de Palenque se ubican en
territorio guatemalteco, muy cerca del caudal del río de la Pasión, que a la
postre es la mayor corriente que se describe en el mapa, a juzgar por la misma
tipografía empleada.
Chiapas fue
una región complicada para la delimitación de límites entre ambos países. Fue
sumamente codiciada, pero escasamente conocida, con una población dispersa que
complicó aun más la pronta solución a los problemas de limites. Fueron muchos
los años y los gobiernos que enfrentaron el problema y quedaron lejos de la
solución final. Y no es sino hasta el gobierno de Porfirio Díaz cuando se
suscribe el acuerdo de límites, quedando Chiapas como estado mexicano.
3. El
patrón urbano y el problema de la población
Por último,
menciono brevemente un asunto que igualmente está plasmado en el atlas. En el
mismo primer mapa se destacan otros asuntos que más tarde afectaron la historia
guatemalteca. Al observar la toponimia o la densidad de ésta, se deducen
fácilmente las zonas de mayor concentración de población y, en contraparte, las
regiones abandonadas. Los mayores asentamientos se ubican en el sur, en la
costa del Océano Pacífico, que históricamente ha sido la región más importante
debido al mayor número de población.
Por su
parte, en la costa del Atlántico el problema es grave, en la región de Verapaz
no hay por lo general asentamientos, que aunque conviven la montaña con la
llanura (mapa 5, correspondiente a este departamento) no existe un patrón
territorial que permita suponer su ocupación. Se puede observar la región de
Belize en donde no hay una sola comunidad y en el mapa sólo se apuntan los ríos
de la región, hecho que más tarde lamentarán los guatemaltecos al presentarse
la ocupación de dicha zona por parte de los ingleses, así como la historia
mexicana tiene negros recuerdos de lo sucedido con las provincias del extremo
norte en buena parte por las mismas razones.
La carencia
de asentamientos en un país como Guatemala, ubicados en el año de 1832, habla
de diversos asuntos que no fueron atendidos y mucho menos resueltos por
diversas razones y que afectaron la historia de este país. En tal sentido este atlas
guatemalteco es una fuente de primera mano para profundizar en las
investigaciones sobre la historia no sólo guatemalteca sino centroamericana en
general al indicar las situaciones en las que se encontraban aquellos
territorios y avisando en su momento la urgencia de medidas adecuadas para
poblarlos.
4. Palabras finales
Definitivamente este
atlas, que se encuentra en la biblioteca nacional de París, es un documento
importante por varias razones: desde luego que la principal es que forma parte
de la historia de Guatemala, reflejando en el papel aspectos muy particulares
de la época en que fue editado.
Observarlo
nos remite a esos problemas que vivió este país y, al igual que el nuestro, de
una u otra manera, comparte. El despoblamiento, la falta de límites precisos
que se convierten en pautas para conflictos internacionales, el
intervensionismo, éste leído entre líneas y ese naciente nacionalismo
establecido por la ecuación mapa–territorio–identidad-reclamos de un pueblo en
ciernes; Chiapas y El Soconusco por un lado, y por otro, Belice. El atlas
guarda esa relación y al verlo nos refleja esos aspectos de la vida
guatemalteca.